domingo, 9 de marzo de 2014

Londres

Londres tiene una belleza que bordea lo rural, es como una gran aldea encorsetada en la modernidad, es una mezcla sin agitar con una parte agitada, multiétnica, multicultural. Conserva la leyenda de la puntualidad británica, se muestra orgullosa de la amabilidad de los sitios convencida de que un buen ambiente potencia el bienestar. Tiene sus contradicciones, incluso culturales, pero quien no las tiene. Tiene un clima sospechosamente húmedo, frío, ventoso a veces, un río que baja dudando entre el sosiego y la inquietud. Tiene historias sangrientas, teatros shakesperianos, cuentos de hadas, multitudes obreras y menos obreras que toman cerveza y fish and chips los viernes en los pubs, familiares, bulliciosos. Funerales de ensueño para adolescentes sin cabeza que reinaron durante una semana, para reinas cuya cabeza fue despreciada por su rey; curas que alientan la fe entre los turistas, catedrales que parecen tumbas, museos gratuitos que custodian culturas muertas y “recogidas” en los largos años del imperio victoriano, incendios que generaron monumentos. Londres vive en las plazas donde los artistas callejeros crean todas las tardes nuevas formas de la ilusión, en las calles llenas de librerías de obras de segunda mano, en los músicos sin manos de las galerías del metro, en los twenty four hours asiáticos, en los ríos de bikers mezclados pero no diluidos en el tráfico, en los musicales que siempre tienen público. Londres es una ciudad encantadora. O por lo menos soñadora.

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