Vídeo. Desde el manillar
El valor del trabajo de A es el atrevimiento, el salto cualitativo que significa dejar de ser espectador pasivo y convertirse en parte activa de su mundo. Da igual si el trabajo sale mejor o peor, da igual porque siempre habrá gente interesada y gente a la que le producirá indiferencia. Pero sin empezar no se puede mejorar. Y nadie le va a quitar ya lo bailado. En este mundo resbaladizo de la obra de autor siempre se mueve uno en la duda, en la inquietud de si debemos poner el acento en lo que hemos hecho mejor o en lo que hacemos peor, para así poder mejorar. O en los dos extremos. Y pensamos… ¿esto le puede interesar a alguien (aparte de a mi abuela, claro)?; ¿o mejor lo guardo en un cajón?.
La cara vista de la piedra
A ha iniciado un viaje, ha dado un paso que siempre es un granito de arena en la playa de una larga ruta. Inseguro, balbuceante, como se dan los primeros pasos en la vida. Pero A ha salido del cascarón y eso ya no tiene retorno. Podrá tardar más o menos en dar el siguiente paso, pero el viaje ha comenzado. Ánimo, que el futuro es más de ustedes que nuestro.
Escribir es probablemente una manera de aprender. Y aprender una forma de viajar. Somos un poco volcanes de experiencias que vamos por los sitios mirándolos con ojos de esponja. Noto que los años me van dando más sosiego para detenerme en los detalles, en las texturas, que no solo llego, fotografío y marcho; que también huelo, saboreo, busco el detalle de lo excepcional, por si fuera la ostra de la perla, por si fuera yo el que puedo ver lo que nadie vio antes. De ilusiones puede que también se viva. Tal vez sea un punto de espíritu explorador que pueda uno tener en algún gen ignoto, o quizás sea “el viaje interior”, o acaso el camino que recorremos descubriendo como son los otros para saber como somos en realidad nosotros mismos. Negar el aprendizaje es negar la vida misma. Y debería estar prohibido negar la vida.
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