Si me dijeran pide un deseo, yo pediría un rabo de nube. Sorprendido quedé la primera vez que imaginé que alguien pudiera desear un rabo de nube, un tornado. Se lo escuché cantar a Silvio Rodríguez hace años. Un torbellino en el suelo, un barredor de tristezas. Un terremoto de aire conectando la tierra, madre de la vida, con la nube, semilla de vida. Vida y muerte bailando unidas una danza de destrucción, pero hermosa como la canción.
En el filo del aire, al borde del precipicio, cimbreándose como una bailarina flexible y poderosa, el rabo de nube que deseaba no era destructivo. Quería un soplo de aire que renovara y removiera mis comodidades y mis conformidades, que me despertara de la rutina, que me llevara a donde no esperé ir y me sorprendiera con lo que no esperé sentir. Aquel rabo de nube horizontal que fuimos transitó por algunas de las jornadas más divertidas, fascinantes y sudorosas de los bastantes años que he pasado en el instituto. Gracias, Milagros Atléticos, por un año tan encantador. Fueron muchos los días en los que fui al trabajo pensando en cosas que no solía, maquinando planes no a través del trabajo, que también se puede, sino a través de nuestro particular rabo de nube de amistad, de complicidad, de anárquica e improvisada organización, de libertad. Todo lo que hice fue con gusto, a gusto. No lo olvidaré. Gracias.