domingo, 8 de enero de 2012
Una butaca para soñar
Escribir. Construyes la idea, la aderezas, la dejas
macerar, la metes en el horno. Pero no,
no es lo mismo que cocinar, no dura mucho un papel en blanco delante de unos
ojos sin motivación. ¿Qué podría hacer que una mujer extraordinaria como usted
quisiera hablar con un tipo (¿vulgar?) como yo? Eso le
pregunta Matt Damon, en su personaje de "Un Lugar para Soñar", a una
irreal señora con sonrisa, explicándole a sus hijos su primer encuentro con su
madre. Creo que es lo único que merece
la pena de una película ñoña, blanda, previsible y bastante convencional, que
decepciona considerablemente la capacidad del espectador para asumir su papel
de observador y partícipe de la trama que se desarrolla delante de sus
ojos. Porque si una cosa tiene el cine
es su enorme capacidad de andén de tren.
Llegas, te sientas en la butaca, pero en realidad te estás subiendo a un
tren que en un par de horas te transporta a los lugares más increíbles del
hiperespacio, a la tierra de los Jedis, a la mente de Mandela o al planeta de
los simios... Es un viaje al que no
sabes si acabarás yendo, a diferencia de otros es el viaje el que te acepta o
no, es un monumento a la emoción, a la evasión, debería ser arte en movimiento
siempre. ¿Por qué si no acabamos tan
subyugados por personajes extraordinarios pero inexistentes? ¿Por qué tanta
gente siente atracción por walking deads o por lobos-hombres-lobos? ¿Cómo podemos angustiarnos tanto con el
genial Jack Nicholson en su papel de escritor en El Resplandor? ¿Y a cuento de qué sentimos miedo por su
mujer y su hijo? ¿Qué podría hacer que un cuento visual, como el que tú me
cuentas, pudiera emocionar así a un tipo como yo?
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