domingo, 1 de septiembre de 2013

El Camino de los caminos


Tiempo hace que el Camino de Santiago era antes que nada una vía de fe, de misticismo, alguna promesa por pagar, reencuentro del peregrino con el peregrino, huella de otros peregrinos, a veces  esquivar  bandoleros desalmados, a veces refugio en primitivos hospitales.  Peregrinos que deambulaban por senderos en compañía de la soledad, gélidas brisa o aplastante calor de  estío.   Tiempo hace que los peregrinos andaban sin smartphone, sin redes sociales, no hubo tejidos especiales ni calzado transpirable.   Peregrinos ciertamente dotados de una fe distinta que la propia de este siglo XXI.   Venciendo las dificultades innatas de un camino no siempre sencillo.  ¿Comer donde?, recuperarse del duro esfuerzo… ¿y las cremas?, satisfacer la sed… ¿agua fresca mineral?... No debió ser sencillo ser peregrino doscientos o trescientos años atrás.  Resulta difícil imaginar el desasosiego de los antiguos peregrinos, hoy que el camino suena alegre en su traqueteo de palos de caminante, en su bullicio de risas y sonrisas, suave murmullo de charlas cercanas, ojo que viene bici, rodando por el sendero como un delfín que se abre paso en la ola que rompe, apartando a la gente con su suave ring ring, buen camino peregrino.  Zambullirse en el Camino de los caminos promete albergar dentro algún pequeño tesoro que no necesita protección, ni caja ni nada… la melancolía del que hizo algo por sí mismo, que deja huella… Y muchos, muchos repiten.

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